domingo, 29 de marzo de 2009

San Cipriano

CIPRIANO Hijo de una de las principales familias de Antioquia, según las crónicas mágicas, Cipriano se dedicó desde muy joven a las prácticas del ocultismo. A los veinte años de edad ya gozaba de una gran reputación entre sus paisanos, quienes le visitaban frecuentemente tanto para formularle consultas sobre el arte encantatorio como para ilustrarse sobre cuestiones filosóficas, en las cuales Cipriano era también muy versado. Cierto día, cuando paseaba por las afueras de la ciudad, Cipriano se topó con dos jóvenes que se estaban batiendo en duelo. El Gran Cipriano, como ya le llamaban, amante de la paz, se interpuso entre ambos jóvenes y les interrogó sobre la causa del desafío. Ambos muchachos, Flavio y Lelio, enamorados de la misma joven, habían determinado batirse a duelo con objeto de que al morir uno de ellos, el otro quedara libre para aspirar al cariño de la que amaban. Cipriano les propuso actuar como mediador ante la muchacha para que ella decidiera a quién de los dos prefería. Ambos amigos aceptaron la mediación del mágico, y acordaron que aquel que quedara desairado se conformaría pacíficamente y cedería el campo a su venturoso rival. Cumpliendo su promesa, al día siguiente Cipriano se presentó en casa de la joven Celia, y quedó tan prendado de su belleza que pronto olvidó su misión y se sintió repentinamente enamorado de ella. Haciendo un poderoso esfuerzo de voluntad, expuso al fin el motivo de su visita, y suspiró aliviado cuando Celia le aseguró que no amaba ni a Flavio ni a Lelio y que, por lo tanto, ellos no debían abrigar la menor esperanza. En vista, pues, de que ninguno de los dos amigos podía conmover el corazón de la bella, Cipriano se aventuró a revelarle su fulminante amor. -Vos tampoco podéis acariciar esperanzas, buen Cipriano. Aunque estimo vuestra preferencia, me veo en el deber de rechazaros. Mi vida está consagrada a la nueva fe. -¿Os habéis hecho cristiana? -Sí. A la sazón, el cristianismo se estaba propagando entre los gentiles y Celia era uno de los nuevos adeptos. Cipriano se fue desalentado, herido en su amor propio y decidido a doblegar la voluntad de la muchacha. Al llegar a su casa se puso a confeccionar de inmediato un filtro amoroso. Cogió una de las víboras del cesto, le cortó la cabeza y la puso al fuego sobre una piedra caliente. Después de desecada, la redujo a polvo en el mortero le agregó el hipómanes de un potro joven, unas onzas de láudano y un escrúpulo de semillas de cáñamo. Disolvió la mezcla en un julepe de vino y puso a macerar en él un pedazo de su camisa de dormir, usada durante más de dos noches. Transcurridos unos días, quitó el pedazo de lienzo y añadió unas gotas de tintura de cantáridas. Tras haberse frotado las manos concienzudamente con la mixtura, marchó de nuevo a visitar a Celia, con la excusa de reiterar la misión que Flavio y Lelio le encomendaran. Como el mágico esperaba, el filtro no tardó en producir sus efectos, y la esquiva Celia cayó rendida de amor en sus brazos. Cuando la joven pudo darse cuenta de lo ocurrido, comenzó a llorar amargamente, y reprochó a Cipriano que hubiese usado de sus malas artes para seducirla. Al ver la desolación de la muchacha, y arrepentido de haber utilizado aquellas armas, Cipriano le pidió perdón y le juró que jamás volvería a molestarla. De vuelta a su casa, abatido, Cipriano se puso a reflexionar amargamente. Contrito, se disponía a destruir todos sus instrumentos mágicos, cuando oyó que llamaban a la puerta. En el umbral, un forastero se apoyaba con aire de cansancio. El desconocido le pidió asilo por aquella noche, y Cipriano le hizo entrar en su casa y le invitó a compartir su yantar. -Os veo triste -le dijo al cabo de un rato el forastero- y aunque soy un extraño, si confiáis en mí podría remediar vuestras penas... -Os doy las gracias, pero eso no es posible. Mis penas ya no tienen remedio -respondió Cipriano. -Yo os aseguro lo contrario y si queréis comprobar mi buena voluntad, os prometo hacer maravillas, de tal naturaleza, que os convencerán de que poseo un poder desconocido para vos. -En ese caso, haced que se presente aquí y al momento la persona a quien amo; y que me demuestre su cariño de modo vehemente -le dijo Cipriano con una sonrisa, aceptando el desafío. Pero apenas había terminado de formular su petición cuando Celia apareció ante él, vestida sólo con un velo y tendiéndole los brazos. -Aquí estoy, Cipriano amado. Mi cuerpo y mi alma te pertenecen. Cipriano también tendió sus brazos, pero éstos sólo pudieron abrazar el vacío. La visión se había disipado al instante. -¿Qué magia, qué hechizo es este que me hace perder la razón? ¿Quién sois vos, forastero? -gritó Cipriano, arrebatado, interpelando a su huésped. -Seria mejor que me preguntarais qué clase de ciencia es la que ejecuta tales prodigios... Al advertir el repentino fulgor de los ojos del desconocido, Cipriano comprendió que se hallaba ante el mismo Satanás. -Tú puedes lograr los mismos prodigios -siguió el forastero-, pero para ello es preciso que adquieras los conocimientos necesarios. Te entregaré un libro que resume toda la ciencia de la naturaleza. El estudio de esta ciencia sólo se adquiere con dedicación y perseverancia. Pero te exijo dos condiciones: la primera, que debes entregarte a mí en cuerpo y alma; la segunda, que durante el plazo de un año no has de distraerte del estudio y las prácticas que yo te haré conocer... Cipriano, dominado por completo por el deseo de saber, subyugado también por el ascendiente que sobre él ejercía el misterioso personaje, aceptó obedecerle ciegamente con tal de que le pusiera en posesión de tan poderosa ciencia, al tiempo que, en su interior, barruntaba ya la forma de burlar el pago que el diablo le exigía a cambio. Durante un año, a partir de aquella fecha, nadie volvió a ver ni a saber nada de Cipriano. Transcurrido este tiempo, Cipriano regresó a Antioquia y sorprendió a todos con sus maravillosos prodigios. Según la tradición, el diablo puso en manos de Cipriano un libro escrito en hebreo, El gran Grimoría, que algunos atribuyen también al papa Honodo, y el cual encerraba entre sus páginas los secretos cabalísticos del dragón rojo y la cabra ínternal, o cabra del arte, así como también el maravilloso secreto de los números, o sea el conocimiento de la cábala. Antes de recibir la palma del martirio, en el libro que se le atribuye, Cipriano dice: «El número no es otra cosa que la repetición de la unidad. La unidad penetra fácilmente en los números y es la, medida común de todos ellos, así como es su manantial y su origen... La unidad es el alma vegetal y mineral que se encuentra en todas partes, que nadie conoce y que ninguno llama por su nombre, pero que está oculta bajo números, figuras y enigmas, y sin la cual ni la alquimia ni la magia natural podrían tener éxito...» Influido ya en esta época por las doctrinas cristianas, Cipriano añade: «Así como el uno es la armonía, el dos es el antagonismo, la unión momentánea de dos fuerzas en equilibrio, el principio del movimiento. Simboliza la acción de la vida, mientras que el tres es la existencia, el péndulo, el cual, asociado al dogma cristiano, representa a Dios, vita, verbum, lux...» Además de su profundo conocimiento de la cábala se atribuyen a Cipriano poderes extraordinarios. La gente le consultaba respecto a objetos perdidos y él los encontraba mirando fijamente en un vaso de agua. Algunos exegetas añaden que Cipriano veía sobre la superficie del agua paisajes lejanos, rostros, el interior de los hogares y personas ya desaparecidas. También se le atribuyen dotes de magnetismo y fascinación, hasta el punto de producir catalepsia en los individuos que hipnotizaba. Toda esta información, por supuesto, debe ser tomada con la mayor circunspección, pues procede de viejos textos que realzan, por un lado, la influencia decisiva de San Cipriano en el auge de la iglesia de Antioquia, mientras que por otro lado acusan los rasgos esotéricos del mago, bajo cuya aureola, posteriormente a su martirio, comenzaron a aglutinarse ramas heterodoxas cristianas y también sociedades secretas que en su evolución histórica se bifurcaron también en diversas ramas, una de las cuales dio origen a las Siete Iglesias del Apocalipsis, suerte de masonería incipiente que bajo la autoridad de un consejo supremo o Sinedrión -comité de siete adeptos- tenía potestad para elegir al hermano Abraham o grado máximo de la secta. Fácilmente asociable a la vía semítica a que antes aludimos, Cipriano define al hombre como semejante a Dios, puesto que su ser encierra tres personas: el pensamiento, el cuerpo astral o sideral y el cuerpo terrestre, es decir, las tres unidades o mundos de la cábala. La hagiografía de Cipriano dice que cuando le nevaban al circo para arrojarle a las fieras, se encontró con Celia y Justina, condenadas también a recibir la palma del martirio. Sin embargo, en los comentarios de Suforino a la obra de San Cipriano, dice que sus discípulos le llamaban Sadik, que es el titulo de veneración que los esenios y gnósticos daban a sus maestros. Este mismo saludo, efectuado mientras se juntaban piadosamente las manos, es el que se hacia a Baal Schem Tab, cuyo nombre profano era Israel Ben Eliezer, fundador en el siglo XVIII de la secta mística de los haxidianos, destinada a proseguir los misteriosos estudios de la cábala. En los textos de los primeros Sadiks, la figura de Cipriano reviste un carácter más esotérico en relación con el expuesto por los comentaristas cristianos. Sustancialmente, la versión de su vida es la misma, a excepción de la figura de Celia, quien, en lugar de ser la piadosa joven de los hagiógrafos cristianos, es la encarnación de Lilith, la primera mujer de Adán y la representación del diablo hembra, de acuerdo con las tradiciones judías